Era nuestro fin de los tiempos. El silencio y la oscuridad habían irrumpido violentamente en nuestro interior, a la fuerza y sin piedad. Contemplaba tu rostro de ángel mientras caía al vacío. Sentí cómo mil demonios me arrastraban al infierno, me cargaban de grilletes y se mofaban por mi impotencia. Mi alma percibía el aliento de sus aberrantes burlas mientras negaba un espanto incomprensible. ¿Cómo luchar contra lo que no podía estar sucediendo? En un bastardo amanecer un enjambre de afiladas flechas descendió de las alturas, quebraron tu escudo y atravesaron mi talón. Una gélida y corrosiva ponzoña se extendió cual plaga bíblica por mis entrañas destrozándome sin piedad. Ocurrió un maldito día. Nadie puede imaginar la profundidad de mi angustia. Ningún mortal sospecha nadie sospecha que también me fui aquel día. Cuando miro alrededor no comprendo cómo el mundo puede continuar existiendo sin ti.